A los seres humanos nos gusta sentirnos cómodos con lo que hacemos, y eso incluye sentirnos motivados. ¿A quién no le resulta mucho más fácil hacer sus ejercicios con la imagen del chico o chica de sus sueños en la mente? ¿O levantarse a trabajar con la imagen del auto deportivo azul metálico que se podrá comprar con el dinero que va a ganar? ¿O concentrarse en otra clase de un nuevo idioma al tener presente los negocios que podrá concretar si puede comunicarse con sus socios del país donde se habla?
La fuerza de la motivación es realmente poderosa... al principio y mientras dura. Pero nuestra mente es dinámica, y ávida de nuevos estímulos, los escenarios mentales pueden cambiar constantemente de escenografía. Si estamos conscientes de ello, estaremos de acuerdo en que la fuerza de nuestra motivación también puede fluctuar de un día para otro, y que si basamos nuestra determinación en nuestro grado de motivación diaria, estaremos en grave riesgo de ser de esos que hacen ejercicio un día sí y cinco no, que trabajan con calidad tres días sí y tres no, que estudian el idioma extranjero a veces sí, y cada vez más, no.
En cambio, la disciplina es una fuerza que no se pone a cuestionar si "hoy tienes ganas o no". No le importa si "hoy no te sientes bien". Y le tiene sin cuidado sin hoy está soleado o ya se quiere nublar, o si hay flores con abejas, o cactus con lagartijas en tu trayecto. La disciplina nos mantiene en el camino cuando la motivación se fue a tomar unas alegres vacaciones o cuando de plano nos ha abandonado.
Y tal vez lo más impresionante de todo esto, es el enorme respeto hacia sí mismo que la disciplina nos hace ganar. Esa certeza interior de que tú te diriges a ti mismo, te hace percibir un poder personal que quizás ninguna otra cosa puede hacer sentir.
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